Friday, April 29, 2011

En el nombre del Mito

“Anda a cantarle a Gardel” se atajo el argentino en plena “Pequeña Habana”.  Y en una mesa cercana del lugar y sin que él lo supiera, la frase disparaba mis pensamientos casi de manera instantánea e imparable.
Mientras tomaba los últimos sorbos de mi café pensaba y no dejaba de pensar. No en el argentino, ni en los cubanos, sino en Gardel. Pensaba en que vaya manera la de entrar en la inmortalidad la que tuvo el zorzal criollo, ¿A quien alguna vez no lo mandaron a cantarle al buen Charles Gardes? ¿Cuántas veces alguien en algún lado invoca su nombre para mandarle cantores? ¿Una vez por día? ¿Una por semana?  Alguien, no sé, pregunto, cualquiera en cualquier lado. Porque creo que desde 1935, deben haber sido muchas veces, y contando. También imagino que si bien la frase debe ser natural de la Argentina y en particular de la ciudad porteña de su único querer; visto y oído estaba que no podía descartar por ejemplo, a la “Pequeña Habana”, que quizás obre como la muestra-botón para ese cualquier lugar donde una tarde cualquiera, alguien cualquiera se acuerde de mandar a otro cualquiera a entonarle unas estrofas al morocho del Abasto. ¿A cuanto queda la “Pequeña Habana” del “Abasto”? llego a preguntarme mientras alcanzo con la vista el fondo de mi taza.
Zorzal
Y sigo volando. Entre tantas versiones libres de la vida después de la vida que nos han contado la religión, la literatura y el cine, yo me imagino una un tanto particular. Creo que si hubiera que re-escribir el Dante no se podría dejar fuera de los 9 anillos al infierno, la etapa “Cantarle a Gardel”. No sé, ubíquenla donde ustedes quieran, antes o después del Purgatorio, da lo mismo. Creo que a esta altura en algún punto, todos vamos a terminar algún día cantándole al buen Gardel en una especie de casting celestial. Lo veo a Gardel sentado cual jurado de reality show de talentos estilo “American Idol” u “Operación triunfo”. ¿Será esa la condena que pague el zorzal en precio por ser nombrado eternamente? Me sigo preguntando no sin antes representarme en mi mente una fila interminable de personas vocalizando, esperando pasar para cantar ¿Qué le cantarías a Gardel si lo tuvieras adelante? Pensalo, elegí bien el tema y empeza ya a practicar, tenes toda una vida de ventaja. Y ni preguntes, si, si, vos también estas en la cola.

Y ahí nomás, me dejo llevar en mis ideas,voy de Gardel a los argentinos y de ahí a su hablar diario, a su decir repleto de personajes cuasi mitológicos, por decirlo de alguna manera.

Wednesday, April 6, 2011

Anda a cantarle al Polo Montañez


 Era un día de semana por la tarde, creo que un martes. Tenia un rato para escribir y si bien me sentía inspirado para hacerlo, aun no sabia cual de los varios temas que me había propuesto abordar vería caer ese día en letras sobre un papel.
Compre un café y me senté con mis cuadernos en una mesa del “Versailles”, una histórica cafetería de la calle ocho, territorio cubano por excelencia y pleno corazón de “Little Havana”. Entrar al lugar es de repente estar en otra parte y en otra época.  Al “Versailles” le sobra ese no sé que tan esencial. Para mi, por ejemplo, el tan mentado café “Starbucks”, con sus infalibles técnicas de mercadeo y su multiplicidad de locales, no logra en su todo artificial, lo que el “Versailles” ofrece por naturaleza y con la amabilidad de otros tiempos. “Versailles” es ese lugar  donde los cubanos se mezclan y se juntan. Mirándolos andar un poco y con el suficiente aire de esta ciudad pasado por los pulmones es fácil reconocerlos. Están los recién llegados que aun caminan mascando duro el trago de un exilio que aguantan con y como pueden; y también están los otros, los que antes fueron aquellos y que ya se hicieron la América por decirlo de alguna forma. Generalmente de ideas republicanas y conservadoras, suelen ser profesionales o dueños de algún buen negocio. Se los ve fácil, buenos autos, buena ropa, billete rápido, gafas de sol,  cigarro o a su decir “Un Tabaco” en mano y siempre algo de oro adornando dedos, cuellos o porque no bocas, si, si, las mismas que cuando ríen, se ven brillando. Pienso en ese estereotipo pero también  en el tipo que pasa por delante de mis ojos, no encuentro diferencias.

Cerca de mi mesa hay una mesa que nunca queda vacía, es la mesa de Domino que no es una mesa improvisada para jugar, no, no, es una mesa especialmente preparada con relieves para apoyar las fichas a la espera de la suerte. Hay 4 tipos jugando en parejas y otros 4 o 5 parados alrededor esperando su turno. La mesa es itinerante, tiene vida, se van dos y llegan dos nuevos. Si me apuran, creo que apuestan algo, son de esas cosas no muy evidentes pero tampoco demasiado secretas. Todos visten de claro y mayoritariamente usan guayaberas, esas camisas de hilo con 4 bolsillos adelante. Todos se conocen, quizás lleven años golpeando fichas de domino sobre la misma mesa de cerámica.